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martes, 16 de enero de 2018

Fallecimiento Pablo García Baena


Pablo García Baena había vivido tantas resurrecciones literarias que, a sus 96 años, parecía inmortal. Ayer, sin embargo, murió en Córdoba, su ciudad natal, a causa de una complicación respiratoria. Hacía dos años que había empezado a despedirse del mundo porque su vista ya no era la que había sido, todo un golpe para alguien que encontró en la belleza la razón de su vida. García Baena ha muerto un 14 de enero pero es posible que a él, pagano y cristiano, le gustara decir que se ha ido el día de San Félix de Nola. En muchos de sus libros se lee que nació en 1923 pero lo cierto es que lo hizo dos años antes, el día de su santo. “Se equivocaron cuando me publicaron la primera antología y yo no he insistido en cambiarlo”, solía explicar con coquetería. El hecho de que lo bautizaran con el nombre de Rafael de San Pedro y San Pablo parecía una señal para un poeta devoto del Barroco y de la historia sagrada.
Si la obra de García Baena siempre tuvo un pie en la sensualidad y otro en la devoción, también su trayectoria tiene dos etapas: la aparición en 1946 de su primer libro, Rumor oculto supuso la revelación de una voz romántica y elegíaca que no encontró lugar en una España poéticamente dividida entre el clasicismo oficialista y la poesía social, que terminó convirtiéndose en la tendencia dominante. Títulos como Antiguo muchachoJunio y Óleo, publicados a lo largo de una década, corrieron una suerte parecida. Con todo, un año después de su estreno como autor, García Baena participó en una iniciativa señera en la literatura española de posguerra: la aparición de la revista Cántico, que daría nombre a todo un grupo de poetas cordobeses. Dirigida por él mismo junto a Ricardo Molina y Juan Bernier y al lado de escritores como Julio Aumente y Mario López o artistas como Miguel de Moral y Ginés Liébana, la revista ha pasado a la historia, amén de porque el tiempo terminó dando la razón a sus fundadores, porque en 1955 publicó un mítico número de homenaje a Luis Cernuda, exiliado en México. Fue el primer toque de atención desde la España interior hacia un poeta de la España peregrina, el autor del 27 que más ha influido en las generaciones posteriores.

Una tienda de antigüedades

Pese a todo, a aquel tiempo de efervescencia le siguió un particular tiempo de silencio. En 1965 el poeta se traslada a Málaga y abre en Torremolinos una tienda de antigüedades: El Baúl. A ella se consagrará hasta la jubilación. Su poesía vivió una travesía del desierto hasta que la Generación del 68, la de los novísimos, con Luis Antonio de Villena y Guillermo Carnero a la cabeza, reivindicaron en estudios y antologías una obra cuyo esteticismo culturalista enlazaba a la perfección con el de los jóvenes del momento. En 1978, dos décadas después de publicar su último poemario, García Baena daba a la imprenta Antes que el tiempo acabe. Cuatro años más tarde, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. No cabía mayor reconocimiento. Años después, sin embargo, el poeta cordobés unía la alegría interminable de entonces a la tristeza por el cierre de El Baúl, que coincidió con el galardón: “La tienda siguió el sino de Cántico: ofrecía cosas que no eran lo que la gente compraba. Nos resistíamos a poner vulgaridades, souvenirs y postales. Cerramos porque no era negocio, como no fue negocio poético Cántico”.
Libros como Fieles guirnalda fugitivas (1990) y Los campos Elíseos (2006) o la concesión en 2008 del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante del género, fueron la demostración de que la vida y la poesía habían dado una segunda oportunidad a un hombre al que su colega José Manuel Caballero Bonald no dudó en describir como “un bien nacido que no ha osado nunca contradecirse”. Lo hizo en un libro de retratos corrosivos en el que pocos salen bien parados. García Baena, querido por viejos y jóvenes, era uno de esos pocos. Instalado en Córdoba en 2003, en los últimos años había seguido escribiendo poemas destinados a un libro con título provisional: Claroscuro. Era, decía, la palabra que mejor describía el final de su vida.

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